Ilustres Paisanos de Jaraíz- Primera Entrega

Justificación

Uno no es Federico Fellini  y no sueña con estanqueras de pechos exuberantes y locos subidos en los árboles clamando por una doncella.  Uno tampoco es Don Camilo José Cela describiendo labriegos anónimos por los caminos polvorientos o perros famélicos bebiendo en las fuentes de las plazas de los pueblos de la Alcarria. Y  tampoco uno es Pedro Almodóvar que se complace en filmar fantasmas y espectros de aldeanos huidos a los suburbios urbanos o lunáticas muertas en vida limpiando lápidas de cementerio. Uno vivió en un pueblo de la alta Extremadura durante toda su infancia y adolescencia. Lo cual equivale a tener un universo exclusivo y personal.

Por este pequeño mundo, en  nuestra memoria se grabaron unos arquetipos que son unas estrellas que brilla de forma particular y propia más en nuestra memoria, como un microuniverso o una galaxia abarcable. Hoy en día muchos hacen ejercicio para adelgazar, o pasean largas caminatas después de comer. Otros deciden excluir el vino y la cerveza para siempre, lo cual es mucho decidir en una vida tan corta.  Otros muchos tienen un móvil inteligente que les tiene secuestrado, y agobiados de mensajes inútiles y se pasan el día mirando a su pantalla por si realmente pasara algo de interés o buscando una sonrisa que les saque de rutina de la espuma de los días….. Otros han confeccionado un blog y no paran de engordar su vanidad con escritos de autoayuda, edificantes, mesiánicos, catastrofistas o irreverentes sin saber si viven o son vividos por los demás. Uno es más antiguo que todo esto. Y más simple Uno prefiere hacer una gimnasia difícil, la gimnasia sueca del internado de los claretianos. Mirar para adentro y escribir redacciones. La gimnasia literaria de estimular la memoria y divertirse escribiendo y describiendo. Arrancando  lo que pueda de las neuronas para extraer algunos frágiles recuerdos de la infancia y la adolescencia en el pueblo. A fin de cuentas, a uno, que ya está iniciando la cuesta abajo aunque no se resigne a ello, le aterra ese dicho popular que dice que los no se recuerda no se ha vivido. Y precisamente por eso se ayuda del teclado para que esto no ocurra y decide volcar su memoria en un ordenador antes de que deje de ser memoria. Uno piensa que el paisanaje siempre es mejor que el paisaje, los parroquianos mejor que la parroquia, el respetable mejor que el ruedo, la grada mejor que es césped… Y por ello uno se pone manos a la obra, al tajo de arar los surcos del recuerdo, presentando la semblanza de unos seres ya desaparecidos en el duro combate de boxeo que es la vida y que han sido sólo eso simples paisanos, meros parroquianos, público en general del estadio de la vida y también púgiles victoriosos del cuadrilátero de los días, en los que se han defendido con ganchos y golpes de crochet sabios y rápidos para vences el campeonato de los pesos pesados. Para estos luchadores, para estos gladiadores contra fieras de papel,  van dedicadas estas semblazas y estos daguerrotipos. Maestros. Va por vosotros…

EL Señor Sinesio y sus cepos

Cerca de la cuesta de la torre, junto a la iglesia de arriba, la de Santa Maria, tenía la tienda el señor Sinesio. Las gafas negras de pasta, caladas en una nariz de cernícalo, la calva muy brillante, la cabeza redonda sin cuello. El pequeño local era un bazar, un zoco, un tenderete, un mercado persa en minitatura. La tienda era un colmado sin alimentos, una tómbola sin premiso, una caseta de feria sin música, la expresión del barroco en los estantes y en los anaqueles abarrotados hasta el techo. Si existiera hoy el señor Sinesio no seria el chino oscuro de la esquina y ni vendería todo a 100, sería el colmado selecto de boulevard de San Germain, la tienda india del barrio londinense de Buckinham Palace… Su garito era una armería, un kiosko, un taller de pequeños utensilios domésticos, una santería, una pajarería. Vendía velas, linternas, cuentos de hazañas bélicas y de Roberto Alcazar y Pedrin, , del Jabato y del Capitán Trueno… Tenia la tienda llena de cañas de pescar, de jaulas, de canarios. Yo creo que era talgo taxidermista. Y olía al betún de la ropa de caza y al azufre y a la pólvora de los cartuchos.

Yo entraba con mis dos reales y me llevaba mi aro o varios cepos para cazar gorriatos. También le compré al Señor Sinesio mi primera linterna. Una pieza muy delgada, chapada,  muy larga para subir a la torre de la iglesia de arriba cuando mi madre me obligó a ser monaguillo y me interné a bucear hacia arriba de madurgada con algún amigo…

El señor Sinesio tenía cara de obispo, voz de timbre especial de profesor de seminario, sonrisa de vendedor serio y experto. Entendía a todos los chavales y nos cambiaba cuentos de Pumbi por cerillas. Su escaparate era de los mas entretenidos del pueblo, sobre todo para mi mente inocente de recién comulgado.  Un hombre tan bueno y tenia disecados una liebre, una jineta y una perdiz entre los cebos, los anzuelos y cañas de pescar. Mucha de la fauna de la comarca del pueblo fue abatida con sus armas e instrumental de batida.

Pero por su trato y por su bondad, por su amor al campo, yo creo que este rey del bazar, este experto chamarilero, maestro armero y pajarero ha sido perdonado por los gorriatos y los vencejos, y por las golondrinas. Este indulto queda corroborado porque al cruzar de paseo por su calle, constatamos que en la puerta abandonada de la tienda, en los balcones oxidados y en las ventanas cerradas de esa tienda que fue imperio bizantino han decidido hacer el nido vencejos, golondrinas, colorines, verderones y todas  muchas otras aves de Dios.

Pedro el de la Leche, el buen salvaje en la Verbena del pueblo

Pedro el de la leche, Pedro el de Garganta, Pedro el de las ferias, Pedro el de las vacas, Pedro el de la casa de la Plaza. Pedro el buen salvaje de Rousseau. Pedro el vasto, tomándose un medio en la barra de la Verbena del pueblo, nos  ha dejado sin ninguna duda una profunda huella en nuestra juventud porque se nos unía al grupo de amigos buscando con quien alternar y con quien enjuagar su soledad cimarrona y montaraz. Nos sacaba unos cuantos años, pero en la verbena nos pagaba cubalibres y siempre llevaba un fajo de arrugados billetes marrones de veinte duros, recogidos con una goma y le gritaba a Constante, el camarero…ponle una ronda a todos estos gañanes  que les invito yo. Verdadero gurú de la ruralidad tosca, hablaba a voces y escupía grandes gargajos verdes a diestro y siniestro. Olía a ganado y a estiércol y siempre contaba aventuras agropecuarias de lo más variopintas. Una pelea en un cercado por un choto. Un despeñamiento de su furgoneta en una acequia. Una denuncia por dejar las cántaras de leche sin recoger en la finca de las Carnacéas, su borrachera en Garganta de la mano de un Guardia Civil….

Un día vendió todos su bártulos, dejó la comarca, abandonó la furgoneta y las vacas y los campos y desapareció. Hay  muchos rumores espúreos y contradictorios sobre su paradero real. Que si está ubicado en una de las pseudocapitales satélites del pueblo, en Talavera de la Reina, en Plasencia o en Navalmoral . Pueblos grandes donde pastan los solteros con poderes de la comarca. O que le lió una sudamericana de un puticlub y emigró ultramar. O que está en un hostal cercano con vida de eremita como un boxeador sonado y amnésico. Y las peores teorías, no contrastadas,  es que ingresó en el manicomio, o incluso en la trena como un Lute anacrónico y trasnochado, por un asunto de lindes y de trata de ganado. La hipótesis más creíble es la que yo me imagino. Pedro sigue en sus campos de Garganta la Hoya, con sus vacas, de pastor atrabiliario, comiendo un cacho de pan con queso rancio y duro, sobre un mendrugo de pan cortado con su navaja. Pedro se ha mimetizado y se ha convertido en una mansa vaca, hastiado de que, desde hace años, se riera tanto  la gente de él en Jaraíz, nos riéramos de su sencillez, de su simpleza, de su porte buen salvaje. No me lo imagino con la cabeza asentada, casado y con familia. Un escenario de imposible burguesía.

El señor Pedro Matamorón, el de la contribución

Con bigote muy negro modelo mejicano y con las cejas muy espesas, mucho pelo en toda la cara y la voz muy ronca. Con aspecto turco o egipcio, desde luego nada nórdico,  el señor Pedro Matamorón se hacía imponer recaudando los impuestos a los comercios de todos los pueblos de alrededor. Tomaba la línea regular La Verata muy temprano con un maletín de cuero con muchas hebillas y se recorría todos los pueblitos de la Vera alta y de la Vera Baja: Viandar, Talaveruela, Madrigal…nombres que no sonaban muy lejanos pero que sabíamos que existían porque desde el parque del Puente de los Bolos jugábamos a señalarlos en esa maqueta de la Sierra de Gredos con esas agrupaciones de casas colgadas de las colinas, con casas muy blancas y tejado muy rojos.

Yo imagino al señor Pedro bajando del autobús en esos pueblos bien temprano y yendo al bar para libar un carajillo que le calentara el ánimo y le diera fuerza para imponerse al pobre contribuyente. Luego le imagino de regreso bien entrada la noche sentado en el salón de su minúsculo apartamento de las viviendas protegidas que estaba situado en una primera plana contando el dinero que había recaudado por los pueblos, alineando los billetes de cien pesetas y agrupándolos con una goma para guardarlos en su caja fuerte. Y en estas que escala un ratero a la ventana y se asoma para intentar sorprenderlos.

El señor Pedro parecía manso pero con su bigote de Pancho Villa y su voz de locutor de radio  al caco le espantó disparando su pistola al aire y salvando las finanzas de todos . Me lo contó su hijo Luisito con mucho detalle  jugando al gol regateado en la plaza del Cerro de los Angeles y yo me lo creí mientras hacíamos barcos con los trozos de corcho marrrón rojizo que arrancábamos todas las tardes al Pino Gordo por encima de las escuelas. Yo me sentí más seguro a partir de entonces.

Don José Moreno, el de la sindical

Alto, grande, desgarbado, con unas gafas enormes de pasta y muy calvo, con el pantalón levantado con grandes tirantes con la cintura casi en el pecho; camisa azul requetés, el señor Jose Moreno mandaba mucho y aparte era falangista y muy de los de Franco cuando había que serlo. Todo un respeto.

Pronunciaba muy mal la erre, fumaba tabaco del bueno  y era muy duro con los amigos de su hijos. Autoritario, intolerante,…2 Conservo en mi memoria una escena de domingo por la mañana con olor a tostadas y el Cola-Cao en la mesa. Fui a buscar a su hijo Chore, gran amigo luego en los campamentos de la OJE y por llegar algo tarde, muy justo para  la misa de 11 me abrochó unsopapo que me dejó sonando las orejas. Una autoridad con los suyos y también con los que no eran suyos. Al parecer enviaba en verano a los hijos a pueblos lejanos en la sierra para que se curtieran y no se malearan con el vicio y perdieran las virtudes del movimiento. Ya se sabe, el orden, la familia, la disciplina…A poco que te veía con un TBO pensaba que era pornografía y te lo arrancaba de un tirón. Furru-Furrufu…le decía mi padre por su gesto siempre enfurruñado. Nada que ver con su mujer la señora Maruja, maestra educada, de Madrid, como de otra época, noble y con solera de mujer de rompe y rasga. Hay familias que parecen de la Rue del Percebe y había que verlas en esa época viendo el telediario o la llegada del hombre a la luna. El padre en calzoncillos… los hijos dormidos y la tripulación del Apolo 11 compuesta por el comandante de la misión Neil A. Armstrong,   Edwin E. Aldrin Jr ; y Michael Collins alunizando en nuestro satélite lunar en la madrugada del 20 de Julio de 1969. El Sr Moreno dijo,¿ pero porque coño no ponen la bandera de España con el yugo y las flechas?. Genio y figura…Arriba España.

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