Los días de Diciembre en el pueblo diminuto en el que nunca pasa nada nos inspiran una gran sensación de paz, de sosiego, de armonía… Pocas veces al año no sentimos tan relajados y tan plenos de vida espiritual. En el jardín huele al humo de la chimenea y la niebla va arropando la noche que va cayendo difuminado la luz macilenta de las farolas. El césped se llena de humedad y el musgo brilla… Continuar leyendo «El Maldito Calendario»
Categoría: Escritos
Mi tío «Chicha», las Montañas de Pimentón y los Guisos de mi Madre.
Dicen que los recuerdos de la infancia quedan indelebles cuando realmente son intensos. Las imágenes, los sonidos, los rostros, pero sobre todo los olores y los sabores quedan fijados para siempre si nos causaron una impresión muy profunda en nuestros sentidos. Marcel Proust describió esto perfectamente en su novela En Busca del Tiempo Perdido cuando añoraba el olor y sabor de las magdalenas de su infancia en la Bretaña. Como Proust nosotros mantenemos intacto un olor y un sabor muy especial que perdura desde nuestra infancia ya perdida en el tiempo.
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Las Ferias en Verano por la Tarde
A mediados de Agosto, en el pueblo, bien entrado ya el Verano, los días parecen comenzar al atardecer. Es una extraña aurora. Una aurora crepuscular que desafía las leyes del tiempo y da permiso al reloj invernal que todos llevamos dentro para que se tome unas merecidas vacaciones.
En esos instantes, unos van despertando lentos de la siesta que les ha limpiado de la áspera bronca nocturna y del sopor causado por la incursión matinal en mares de cerveza helada.
Ensayo de Policromía
Aquella vez tú te quedaste también mirando, fijadas las pupilas en aquel paisaje de mosaico y vida, que ya casi había perdido todo su valor para nosotros.
¡ Eran ya tantos los viajes y las vueltas, y tantas las ocasiones en que con furia juramos no echar allí raíces; huiríamos de aquel pueblo adonde fuese ! .
…………….
Las jaras, de un verde muy intenso, sudaban brillando en los barrancos de la carretera, asfixiadas por un sol que agobiaba esa tarde implacable como nunca, y las hacía exhalar ese fuerte aroma que impregnaba el olfato y removía en nuestros recuerdos infinitos paseos.
Escalando los cerro, por encima de los escasos tejados rojos que aún quedaban, seguían imperturbables las bandadas de olivos grises, que ahora vacíos de aceitunas, alojaban un ejército entero de chicharras. Esas chicharras que estrepitosamente, en las mañanas, a mediodía y a la tarde, llenaban el silencio con un clamor sordo y seco, de un zumbido denso y vibrante que uno no sentiría de verdad salvo que cesara de golpe. Como ocurriría con otros ruidos comunes y ya casi olvidados:
La tarde de otoño en el pueblo
Esta tarde otoñal, de domingo, en el pueblo y a comienzos de Octubre, es del color de las venas de un muerto, entre azules y grises, o del color de las cañerías viejas de plomo. La tarde de este santo día se ve amenazada por un viento que medra con un insolencia pasmosa y baila una tétrica danza con las antenas de televisión. Como censurándoles, a esos insultos del paisaje de la teja, su metálica pedantería, sus amores con las chimeneas y los áticos, y sobre todo, su indiscreto, su impertinente vicio de husmear en todos los hogares.