Ensayo de Policromía

Aquella vez tú te quedaste también mirando, fijadas las pupilas en aquel paisaje de mosaico y vida, que ya casi había perdido todo su valor para nosotros.

¡ Eran ya tantos los viajes y las vueltas, y tantas las ocasiones en que con furia juramos no echar allí raíces; huiríamos de aquel pueblo adonde fuese ! .

…………….

Las jaras, de un verde muy intenso, sudaban brillando en los barrancos de la carretera, asfixiadas por un sol que agobiaba esa tarde implacable como nunca, y las hacía exhalar ese fuerte aroma que impregnaba el olfato y removía en nuestros recuerdos infinitos paseos.

Escalando los cerro, por encima de los escasos tejados rojos que aún quedaban, seguían imperturbables las bandadas de olivos grises, que ahora vacíos de aceitunas, alojaban un ejército entero de chicharras. Esas chicharras que estrepitosamente, en las mañanas, a mediodía y a la tarde, llenaban el silencio con un clamor sordo y seco, de un zumbido denso y vibrante que uno no sentiría de verdad salvo que cesara de golpe. Como ocurriría con otros ruidos comunes y ya casi olvidados:

En esas horas finales del día de soledad sin sol pero aún con luz, el jaleo bullanguero de las golondrinas, los gorriatos y los vencejos en los cables, en los tejados, en las antenas y sobre las acacias de la plaza…

El intenso croar de las ranas, abajo en la laguna, donde la Fuente de la Virgen…

El repiqueteo rítmico casi imperceptible, allá en lo alto de las torres de las dos iglesias, la de arriba y la de abajo, Santa María y San Miguel, de las cigüeñas que seguían fieles a su promesa natural anual regresando tras el frío por San Blas…

Los pasos monocorde sobre el asfalto de la caballería, los asnos y las mulas cargadas de sacos de aceitunas y pimientos…

Ese cri-cri atronador y bello que despedían la tierra en las noches tan estrelladas de verano…

El ladrido de los perros en los huertos, el tétrico ulular de lechuzas y búhos pro la noche en los bosques de pinos, encinas, alcornoques…

Y entre los olivos, se te quedaban grabadas en la retina esas manchas verdiclaras y amarillas, las higueras, tan grandes, tan parvadas de frutos deliciosos que yo amaba y ansiaba de niño, cuando ponía en el fondo de los cestos hojas verdes y volvía al pueblo con ellos rebosando de higos y brevas, las manos y las piernas negrillas, pegajosas y enrojecidas de encaramarme intrépido a los troncos.

Más arriba, los bosques de robles y alcornoques añosos, ralos, rodeados de romero, de tomillo, quejíos, espinos y otros matojos de monte de tonalidades muertas, esos amarillos sin luz, esos marrones oscuros y claros, los grises plomizos…

……

Volvíamos como siempre, de viaje aquella vez y ya te había sentido yo más anhelante, como con un pálpito en el aliento, como si desearas confirmar, comprobar, que allí seguía todo, cambiante en su seno pero al mismo tiempo inmutable para nosotros.

No sé, quizás fuese la limpieza del aire y del cielo que reinaba esa tarde, el modo de asomarte –ávida-a la ventanilla, ese moverte tanto bullendo y el tener los ojos en lo más profundo, ensimismada, hermosamente callada. Cuando – solícita- me pediste con inusitada ansia: -Para, por favor, para. No me sorprendió , lo venía esperando, y al doblar esa última, cerrada vuelta y aparecer de golpe esa variedad de colores, estacioné el coche junto a a cuneta y bajamos los dos, guiados por algo tan sencillo como inevitable.

En el ambiente flotaba, lo recuerdo ahora, un olor a tabaco fermentado

…..

La inmensidad maciza e informe de la sierra, con unas nubes apretujadas, diminutas, muy blancas, abrazando las crestas , y esa constancia del gris difuminado en escorzo como fondo, contrastaba con la simpleza de lo próximo, lo casi tangible: el mosaico-esa idea fue tuya- luminoso, irisado de colores, al que se asemejaba los terrenos con la vallas de piedra lindando los huertos, formando todo tipo de figuras geométricas.

Los grupos de castaños y pinos, los zarzales bordeando los caminos pedregosos hasta cerrarlos de luz y espacio, eran las manchas verdes de aquel cuadro. Tan solo al sur, los encinares tupidos rivalizaban con ellos.

Recuerda que te señalé, como de vez en cuando, brillaba el río Tietar remansado, muy abajo entre las tierras de labor, perdido lejos en la planicie de horizonte brumoso, con unos montes azules, tendidos, cubriendo ese flanco inabarcable a la vista.

Y en el centro, el pueblo, incrustado, mimetizado, como si quisiera disimular su presencia – tal vez rechazado por nuestros ojos-, parecía que se desleía bajo aquella calima abrasadora: las casas abigarradas, los bloques de pisos desafiantes, los anchos edificios…. Esos blancos tan blancos y esos rojos tan rojos, las paredes encaladas, los ladrillos al sol, las tejas viejas…

Y entreverados, irreales, llegaban multiplicados por el aire, los ruidos , los gritos, las voces lejanas, indescifrables de las gentes del pueblo…¿nuestras gentes?

……..

Pero lo hermoso del instante –lo intuíamos los dos- no era la contemplación artística y exaltada de aquellos trazos familiares. Lo habíamos comentado en alguna ocasión:

De paisajes bellos está llena la Tierra, y seguro que mejor que éste hay muchos…

La emoción iba prendida de otros pensamientos y reflexiones. Me acuerdo, para hablarme te pusiste de espalda a todo aquello- el sol te azotaba la cara que dijiste algo referente al paso del tiempo, al inasible transcurrir de los segundos , alejados, estudiando fuera… Hablaste también de la ambición mezquina de las grandes ciudades, del valor del trasiego de las vidas sencillas naturales en el mundo rural; y esa vez; tus palabras sustanciosas, puras y sinceras sonaban de modo diferente a nuestras conversaciones delante de miles de tazas de té, en las terrazas urbanas, con el ruido de los motores de los coches como fondo…

Al final, vencida y turbada, confesaste –confesamos- que a pesar de gentes y políticas, a pesar de infraestructuras, administraciones, plusvalías, planificaciones laborales, proyectos…esas palabras que tan frías me sonaron entonces de tus labios- a pesar de todo eso, algo inefable, de amor o de nostalgia, quedaba reflejado en nosotros. En ti, en mí, en el paisaje, trinidad armoniosa que juramos no romper jamás; no traicionar con inútiles, frías, palabras de renuncias y futuro.

…….

Es media tarde, diáfana y caliente, y un automóvil, con dos viajeros – más de veinte años regresando-pasa lentamente entre las primeras casas de Jaraíz.

Por las ventanillas abiertas entra con ímpetu una brisa cargada con los mismos aromas vegetales de todos los veranos…

Y en la atmósfera, pesada y quieta, libran batallas recuerdos y esperanzas

Jaraíz de la Vera, Julio 1980

A.A.A

 

 

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